Cuidar el cuerpo también es aprender a escuchar el hambre

Jul 16, 2025

Una de las formas más profundas de cuidado personal es aprender a escuchar lo que nuestro cuerpo necesita. Y en ese camino, una pregunta clave aparece una y otra vez: ¿esto que siento es hambre real o hambre emocional?

No siempre es fácil distinguirlas, sobre todo porque vivimos en una cultura que muchas veces nos enseñó a desconectarnos de las señales corporales. Pero empezar a reconocer qué tipo de hambre nos mueve es un paso fundamental hacia una relación más saludable con la comida y con nosotros mismos.

El hambre real —también llamada fisiológica— es la que aparece cuando el cuerpo necesita energía y nutrientes. Es gradual, da tiempo. Se siente físicamente: puede manifestarse como un vacío en el estómago, sonidos intestinales, falta de concentración o debilidad. Es una señal del cuerpo que dice “necesito reponer energía”. Y suele calmarse con una variedad de alimentos. No busca algo puntual, sino que responde a una necesidad concreta.

En cambio, el hambre emocional no tiene que ver con una necesidad física, sino con una respuesta a emociones: ansiedad, tristeza, soledad, enojo, aburrimiento. Aparece de forma repentina y suele estar acompañada de un antojo muy específico —algo dulce, salado, crujiente— que promete alivio inmediato. Pero esa necesidad emocional no se satisface comiendo. Después del impulso, puede quedar una sensación de culpa o malestar.

Es importante decirlo claramente: no hay nada “malo” en comer por emociones. Todas las personas lo hacemos en algún momento. La comida también cumple funciones afectivas, sociales y simbólicas. El problema aparece cuando se convierte en la única forma de gestionar lo que sentimos. Cuando usamos la comida para calmar emociones de forma automática y repetida, empezamos a desconectarnos del cuerpo y de lo que realmente necesitamos.

Por eso, más que prohibirnos o juzgarnos, el camino está en observar con más atención. Hacer una pausa antes de comer puede ayudarnos a identificar de dónde viene esa sensación de hambre. ¿Cómo apareció? ¿Fue repentina? ¿Podría estar sintiendo otra cosa además de hambre? ¿Qué pasaría si espero unos minutos antes de decidir?

Aprender a diferenciar entre el hambre física y la emocional es una herramienta que no solo mejora nuestra relación con la comida, sino que también nos invita a un contacto más genuino con nuestras emociones. Nos permite responder desde el cuidado y no desde la reacción.

Y ese cuidado no implica controlar al cuerpo, sino acompañarlo. Escucharlo, respetarlo. Entender que no siempre vamos a comer “perfecto”, y que está bien. Que hay lugar para todos los tipos de hambre, pero también para nuevas formas de nutrirnos: con comida, sí, pero también con descanso, con movimiento, con vínculos, con espacios que nos hagan bien.

La clave está en cultivar una relación más consciente con nuestro cuerpo. Y como toda relación, se construye con tiempo, con práctica, con pequeños gestos de atención cotidiana.

La próxima vez que sientas hambre, podés hacerte una simple pregunta: ¿es mi cuerpo el que necesita, o es mi emoción la que está hablando? Y en cualquiera de los dos casos, podés darte una respuesta que te cuide.